marzo 29, 2024

EMPREFINANZAS

ABRIENDO NUEVOS CAMINOS HACIA LA INFORMACION

NUEVAS LEYENDAS DE GUERRERO

Alejandra Teopa

La Cuetlaxóchitl

El imperio mexica se consolidó como el más poderoso de Mesoamérica por su fiereza militar. Estos guerreros se caracterizaban por conquistar a los pueblos cercanos y mantener el dominio sobre ellos. Una expresión de ello fue la imposición de tributos en especie.

Sin embargo, no todos los habitantes estaban dispuestos a cumplir esta condición. Se cuenta que al llegar al pueblo de Tlachco, sus soldados lo defendieron valientemente para que ese territorio no cayera en manos del emperador Moctezuma. A pesar de las crueles batallas, los Tlachqueños se resistían a pagar los tributos que se les exigían y que consistían en ornamentos fabricados con plata.

Una noche de invierno, precisamente en la más salvaje de las batallas, la plaza quedó cubierta con los cuerpos de los hombres caídos en la lucha. La oscuridad impedía distinguir los rostros de los soldados muertos y las mujeres desesperadas intentaban reconocerlos entre aquella alfombra de cadáveres.

Ninguna de las mujeres se dio por vencida y buscaron a sus hombres y llorando sobre los cuerpos sin vida. Fueron ríos de lágrimas los que surgieron esa noche en la plaza pero todas recuperaron a sus seres queridos.

A la mañana siguiente, en la plaza habían crecido cientos de hermosas flores rojas como la sangre derramada de aquellos guerreros que se resistieron a las órdenes de Moctezuma. Los pobladores de la región la llamaron Cuetlaxóchitl o flor de nochebuena porque, a pesar de que habían perdido la batalla, vieron en las flores el beneplácito de los dioses por el sacrificio realizado.

Por su parte, los soldados mexicas vieron con agrado las flores y las llevaron al emperador quien, maravillado por su color sangre, ordenó cultivarlas en la región y exigirlas como tributo en lugar de las ornamentas de plata.

La tamarinda

El cálido clima de la Ciudad de Iguala favorece el cultivo de las frutas tropicales, tal es el caso del árbol de tamarindo a quien se le atribuyen cualidades especiales.

En la ciudad existe una gran variedad de tamarindas pero hay una en particular que es cuidada y apreciada en extremo por sus propiedades de generar entre sus vainas los más efectivos hechizos de amor.

Cuentan que una pareja de jóvenes enamorados se entrevistaba a su sombra   para declararse su amor. Cada tarde, al despedirse, ataban un listón blanco a una de las ramas del árbol en señal de que ese día su cariño había sido puro y verdadero. Con el tiempo todo el árbol lucía listones blancos que duraron mientras la pareja vivió. A su muerte, los lazos fueron desapareciendo poco a poco pero las mujeres igualtecas descubrieron sus extrañas propiedades y aprendieron a usarlas en su favor.

Cuando un forastero llegaba a Iguala, inevitablemente se veía sofocado por el calor de la región, entonces alguna muchacha casadera lo atendía ofreciéndole agua de tamarindo preparada con las vainas embrujadas de aquella tamarinda. El resultado siempre fue el mismo. El joven quedaba prendado de la chica que le había dado el agua. Nadie escapaba del hechizo. Ya que si algún mozuelo, advertido del peligro, se negara a beber aquella agua, bastaba con que la mujer besara la corteza del árbol para recibir en el beso el don del amor y con él en los labios al besar al esquivo galán, éste quedará locamente enamorado.

Pronto la leyenda se hizo de fama que el caminante que pasa por esta ciudad allí se queda porque se casa.

La bruja triste

En el extenso estado de Guerrero se cuentan leyendas de todo tipo, pero sin duda las favoritas de los niños son las historias de brujas. Seres malignos que aparecen a cualquier hora del día convertidas en animales esperando atrapar una presa para chuparle sangre.

En el rancho El Centro, los caminos se transitan principalmente de día porque sus habitantes temen hacerlo después del atardecer pues algunos aseguran haber visto sombras extrañas o escuchado algún eco ensordecedor. Por esa razón ahí nadie salía de noche.

Pero no toda a gente era miedosa, en el extremo oeste del rancho junto al río vivía don Manuel, un viejecito de cuerpo encorvado y mirada nostálgica que no creía en esas cosas; su único acompañante era su nieto Apolonio de tres años que lo seguía a todas partes. Si salían a recoger leña, si iban de compras al pueblo, si iban a la iglesia los domingos… siempre iban juntos.

Frecuentemente don Manuel y Apolonio llevaban a pastar a su ganado a la punta del cerro y se quedaban allá varios días cuidándolos. Llegaban por la mañana y se instalaban al pie del árbol más frondoso y al caer la noche dormían sin preocuparse por sombras, ecos, brujas ni aparecidos.

Precisamente en una de esas ocasiones, cuando más cansados se encontraban pues habían pasado el día montando su tienda y arreando a los animales, Apolonio se quedó dormido vencido por el cansancio apenas empezó a oscurecer. Don Manuel lo arropó, lo acomodó para que descansara lo mejor posible y salió a conseguir leña. Caminó para adentrarse en el bosque recogiendo la madera alejándose cada vez más. Ya era bastante tarde cuando el silencio fue roto por un fuerte grito de mujer que provenía del lugar donde había dormido el niño. Arrojó el costal casi lleno y salió corriendo para ver si su nieto estaba bien.

Muy cerca de donde estaba acostado Apolonio, había una enorme lechuza de ojos brillantes y apariencia terrible. Se hallaba parada sobre la rama de un árbol cercano y por eso se veía imponente. En cuanto la vio, el anciano le lanzó una lluvia de piedras para asustarla sin embargo, el animal no se amedrentó; por el contrario se acercó amenazadoramente al pequeño. Comprendiendo que la única protección que tenía el chico eran sus brazos, el viejo abrazó a su nieto y empezó a rezar mirando a la lechuza a los ojos. Sin más, el ave se quedó quieta y cayó del árbol.

Así continuó orando por largo rato hasta que el animal dejó de revolcarse en el suelo y lentamente se fue convirtiendo en una muchacha muy conocida en el rancho por su belleza.

Cuando la chica se incorporó, suplicó sollozante al hombre que no la desenmascarara frente a todo el pueblo y le pidió que no revelara a nadie su secreto. Don Manuel prometió no hacerlo con la condición de que la bruja no volviera a acercarse a ellos nunca más.

Ambos estuvieron de acuerdo y pronto el anciano y su nieto volvieron a su casa. Aunque el hombre nunca reveló el nombre de la hermosa chica, sí le contó a los vecinos que había visto a una bruja, una mujer que todos conocían.

A partir de esa noche, en el extremo oeste del rancho se escuchan tristes lamentos de una mujer que solloza. Dicen que está triste porque hay alguien que conoce su secreto.